sábado, 29 de diciembre de 2007

Cuentito


Anib

El más increíble de todos los seres se encontraba vagando por quien sabe cuantos lugares, pensaba que seguía a un fantasma, pensaba que su vida era una equivocación, y que ya nada tenía sentido, la plaza en la que había crecido no estaba viva, se creía un injerto de la naturaleza, se creía el ser con la brutalidad más grande que alcanzaba a comprender.
Este ser al que me refiero es mi amigo Anib, quien vagaba por las ciudades, sólo sin nadie en su desafortunada vida.
Cuando yo lo conocí era de corta estatura tenía su cabello castaño claro, sus ojos muy claros, grandes, su piel finísima y blanca.
Por esos tiempos yo estudiaba la preparatoria en la escuela particular religiosa del padre Joseph Bracker, donde asistíamos sólo señoritas, ahí la educación se centraba más en el bien común, en la ayuda comunitaria, íbamos a asilos de ancianos, les llevábamos comida, ropa, aunque a veces de segunda mano, rastrillos, jabón, y algunas veces bombones y chocolates entre otras cosas más, leíamos cuentos, poemas juntos. Había un abuelo que dibujaba le decían el pintor, también había un poeta, un bailarín, un cantante, y muchos que no hablaban con nadie, de las abuelas recuerdo a una que vivió en un barrio japonés en Estados Unidos, hablaba un poco de japonés y un poco de inglés, le gustaba cantar y nos daba muchos consejos, recuerdo también a la señora que se vestía muy «elegante » con una mascada amarilla, y un vestido largo con flores color rosa y blanco, siempre quería que la maquilláramos y le hiciéramos un recogido en el cabello largo y blanco...
También íbamos a visitar a las familias más necesitadas y les ayudábamos a limpiar sus casas, hacíamos aseo general y por lo regular cantábamos para ellos, visitábamos también las casas hogares, y cuando yo no podía asistir mi profesor de orientación y valores me decía que los niños oraban por mi y por cada una de nosotras.
Asistíamos unos cuantos minutos a la correccional de menores: Cotume, es decir consejo tutelar de menores, les llevábamos dulces, pan dulce, galletas… ahí fue donde vi a Anib, el más pequeño de todos, con sus escasos trece años, quien se encontraba en este lugar tan sucio, tan estrecho, donde en un cuarto o en una celda dormían más de cinco niños, no me quería imaginar lo que ahí pasaba, sabía que algo muy malo ocurría pero no sabía que pensar, menos que hacer.
Comencé a dar clases de Geografía ahí en el Cotume, siempre acompañada de un guardia, encerrándonos a todos en una especie de saloncito de clases, el cual estaba en pésimas condiciones, al igual que todo el inmueble.
El más entusiasmado era un niño llamado Abraham, siempre tenía buenas notas y ponía más atención que el resto del grupo; aunque Anib no era mal estudiante no sobresalía, pero siempre me pedía que les leyera algún libro de filósofos, así que en los últimos diez minutos les leía un pedacito de mis libros favoritos, siempre Anib se me acercaba y me hacía preguntas relacionadas a los libros, pero el tiempo no era suficiente entonces decidí visitarlo por mi propia cuenta.
En una de nuestras citas filosóficas, se me ocurrió preguntarle porque estaba encerrado ahí, sus ojos me llenaban de paz, su mirada afianzaba mi tranquilidad, ya no sentía más miedo, y sus ojos brillaban más que nunca.
—Asesiné a mi padre— contestó el niño de una forma tan tranquila, yo me sorprendí tanto que no supe que decir por unos minutos.
— ¿Cuánto tiempo te dieron?—acerté a preguntar tímidamente. —Cinco años—dijo poniendo su mano en mi hombro, pensó que era buena idea hacerlo y bien sabía que así era, él sabía lo que su mirada me hacía sentir.
Pasó algún tiempo en que retrasé mis citas, a veces las posponía, pero el hermano Julio cada semana los visitaba, en la escuela se me presionaba demasiado, llevaba clases de periodismo, literatura universal, entre otras materias que exigían mucho de mi tiempo; retomó el curso de Geografía mi estimado profesor Julio quien les leía pasajes bíblicos, Anib se interesó mucho en la Biblia, Julio les enseñó a orar, y les habló de Cristo, de su muerte y resurrección y lo fundamental en la iglesia católica.
Entonces Anib creyó en Dios, de corazón pidió perdón, odió su pecado por siempre, a veces se odiaba a si mismo, pero por extraño que parezca nunca lo admitió.
De nuevo empecé a visitarlo por pequeños espacios de tiempo, aunque duraba tres semanas sin verle… Y sin pensarlo pasaron cinco años.
Era la hora de su partida de aquel lugar tan gris, yo estaba nerviosa y él como siempre apacible, ahora con sus dieciocho años era un hombrecito bien formado con sus hermosos ojos claros de niño.
— ¿Quién vendrá por ti Anib? —le pregunté ansiosamente—. Nadie— y suspiró hondamente—Estaba sólo en el mundo, su madre había muerto cuando el todavía era un bebé.
—Bien, yo te llevaré a mi casa— le dije. — No, no, ¿Cómo crees? no te quiero causar molestias y además ya sabes lo que yo hice ¿Cómo es que aun así me llevarás a tu casa? No lo entiendo— Pues te quiero llevar conmigo si no dime ¿Dónde vivirás? No quiero que andes mendigando por las calles ni nada de eso.
Anib aceptó irse conmigo, yo vivía cerca de la universidad donde hacia poco había ingresado.
Cuando llegamos a mi departamento había libros tirados en cada rincón y muy pocos muebles en todo el cuarto. Pero era calido y tenía las suficientes cobijas para quitar su frío. El tiempo pasaba y siempre había algo que contar, siempre reíamos, estudiábamos, yo le enseñaba todo lo que yo aprendía en la universidad, pero notaba algo en su persona, su mirada había cambiado ligeramente, me miraba como si no pensara en lo que yo le decía, estaba retraído y yo muy confundida por este cambio; trataba de saber que era pero él nada me contaba.
Un día al amanecer me leyó un poema de Amado Nervo, y me dijo que se estaba enamorando de mi, y me besó. Yo no supe que hacer, temblé y supe que esa era la razón del cambio de su mirada pero yo también sentía un gran afecto por él, lo conocía desde hacía cinco años y sabía como era él, así que comenzamos una relación de pareja, sentíamos que nos amábamos, que estábamos alegres los dos.
Llegando de un pesado día de clases lo encontré en el piso llorando, — ¿Qué tienes, por qué lloras? —pregunte muy angustiada, me imagine que para que estuviera llorando recordó a su padre. — No me preguntes nada, déjame solo, soy una basura, no te merezco, ¡Vete! — Gritó amargamente —pero yo lo abracé fuertemente y le besaba sus manos, su frente, le canté una canción al oído, lo recosté en mis piernas y no le pregunté nada, hasta que pasados tres días Anib sólo me dijo lo que tenía.
--¿Quieres hablar de tu padre?—me atreví a preguntarle. —No—contestó secamente Anib, y cerró sus ojos, yo sabía que eso de cierto modo le traía recuerdos pero quería que él dejara atrás sus fantasmas.
--¿Te acuerdas cuando yo estuve en el cotume verdad? —Sí, claro—respondí sorprendida— Lo que te voy a contar es lo más difícil que me ha pasado en la vida, ¿Recuerdas el guardia que siempre nos cuidaba en el salón de clases? — Dijo muy serio Anib—Claro, como no me voy a acordar, si siempre él se quedaba con nosotros en las clases—Pues, él, ese infeliz, marica, — interrumpió con un llanto que me dolía en lo más hondo de mi garganta. —Abusó sexualmente de mi, pero yo me lo merezco, yo asesiné a mi padre, no tengo perdón. —Dijo esto con una voz muy clara y suave, con un llanto que le quebraba la voz—No, tu no te mereces nada malo, has cambiado, eres bueno ahora, te arrepentiste, ese desgraciado no tenía derecho a lastimarte, —¿Por qué lo hizo, por qué?— comenzó a sollozar. —Ya no llores amor mío, yo te amo, te amo, ven, levántate…
Lo llevé al patio y nos sentamos en la banquita de madera abajo del gran árbol, lo abracé y nunca más le pregunté algo acerca de su padre.
A la mañana siguiente, ya no estaba, ni su ropa, ni nada, quedaba ese vacío en mi cama, su lugar estaba tibio todavía, pensé que había ido al baño, pero no estaba ahí, ni leyendo un libro, ni en la banca, ni afuera, me había dejado, no quería aceptarlo, me lo negaba mil veces creí que iría a la tienda lo esperé por horas y nunca llegó, lo busqué, por todos lados y no aparecía, llegué a pensar que estaba en la cárcel, pero tampoco estaba ahí, se lo había tragado la tierra.

Al tiempo decidí mudarme de cuidad, lejos de donde había vivido tanto tiempo.
Después de muchos años lo encontré vagando en esa misma ciudad, quizás no me reconoció, pero iba hablando solo, hablaba de fantasmas que lo seguían, y de una mujer a la que había abandonado.
Lo miré a los ojos, lo llamé por su nombre, su mirada era la misma: la de un niño, con sus ojos claros, lo tomé de la mano, lo llevé a mi casa, me pidió perdón por abandonarme me dijo que me amaba, besó mis manos, mi frente, me arrulló con una canción al oído y en ese momento expiró.

2 comentarios:

María Eugenia dijo...

wooow, como siempre shingooon!, mis respetoss!!!!! amoree!!!! neta qe me hiciste sentirloooo!!!!^_^!
wooow!!!! creo qe con eso digoo todo!


te qiero muchooo gracielA!!!!^_^!

Zvesdochka (estrellita) dijo...

gracias Maru tú siempre tan linda... te amoo